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Ensayo de integración e hipótesis interpretativas sustentados en casos clínicos (página 2)




Enviado por Fernando Romero



Partes: 1, 2, 3

Evolución de la libido, desarrollo y
organización de las emociones y la inteligencia
sensorio-motriz e intuitiva, son procesos todos, que parecen
ocurrir simultáneamente, quizás en paralelo. Sin
embargo, en tanto que se influyen unos con otros, informando de
las funciones de integración y síntesis
según el creciente desarrollo intrapsíquico:
desarrollo yóico y superyóico dependientes de la
neutralización de las energías instintivas y el
entreveramiento de la experiencia emocional con la intelectual.
La coherencia que se puede observar entre éstos y los
procesos de "asimilación" y "acomodación", a su
vez, se fortalece por medio de la propuesta del concepto de las
"reacciones circulares": tendencia a repetir las conductas
exitosas en relación con la recuperación de
equilibrios (Piaget,1964) Una propuesta de integración de
este tipo cristaliza en una dinámica sistémica de
organización sistemática y creciente de la
experiencia, según un orden que, más o menos,
podría ser el siguiente:
instintivo–emocional–relacional-vincular, y,
lógico, simultáneamente:
cenestésico–perceptual-cognitivo; de manera que poco
a poco se traslapa con lo
interpersonal–social–lógico concreto, y, por
último, con lo lógico formal y moral.

Resulta difícil pensar que las
estructuras crecientemente cada vez más complejas,
simplemente –y sobre todo las iniciales- "aparezcan", como
"por generación espontánea" a partir, inclusive, de
los reflejos.

Cuando observamos la armoniosa secuencia
del desarrollo, tanto como, cuando por traumatismos, ocurren la
inarmonía, trastocamientos y consecuencias entre los
movimientos varios que integran la conducta "de succión",
(Piaget, 1964; Spitz, 1965), como un "esquema de acción
innato" y a partir del cual se van organizando estructuras cada
vez más complejas hasta devenir "hábitos" que
pueden perdurar toda la vida en la base de conductas bastante
más complejas y en apariencia, sin relación con las
originales o primarias, podemos repensar los conceptos de
Hartmann: "Aparatos innatos del yo", coherentes con la existencia
de suficiente Yo presente desde el nacimiento como para inaugurar
los procesos representacionales; "Esfera libre de conflictos" que
otorga base a la posibilidad de desarrollar la inteligencia
sensorio-motriz y las formas de memoria episódica y
procedimental; "Autonomía relativa primaria del yo" que,
entre otros, podría explicar la "indefensión
aprendida" o la capacidad de "preservarse" de algunos sujetos, no
obstante la presencia de patología severa en la madre,
etc. (Hartmann, 1937-1948) El enriquecimiento de la óptica
es evidente.

La "autogeneración" de habilidades y
capacidades resultan impresionantes. Son verdaderos desarrollos,
y son netamente humanos ¿A partir de reflejos y
movimientos azarosos? ¿Quién podría
cuestionar, con base en qué, que se interpretaran los
primeros movimientos "azarosos" como un ejercicio de
"conexión" y "prueba" para que vías aferentes y
eferentes condujesen la información, de ida y vuelta, de
la periferia, incluyendo la que estimula las respuestas de las
"neuronas espejo" (Hess & Blairy, 2001), y desde el interior
de determinados órganos y aparatos, hacia matrices
neuronales específicas, retornando información a
manera de respuesta?

Ya no serían, en esencia, azarosos.
La velocidad con que se observan estos procesos, será la
responsable de que, en diferentes momentos y distintos
ámbitos, se haya hablado del "Milagro de la vida".
Sanciona, además, un matiz narcisista, por el menosprecio
o indiferencia hacia la inteligencia animal. Porque al nivel
inicial, inteligencia humana y animal, se parecen mucho. Y el
hecho de que no sean lo mismo, nos conduce a la teoría de
la evolución, pero también a la idea junguiana del
"Inconsciente colectivo" (Jung, 1912-1913) y con esto a las
"nuevas formas" y los nuevos conceptos de memoria.

Empieza a resultar costoso el rígido
apego ideológico a los lineamientos y premisas del
positivismo y el neopositivismo. La flexibilidad siempre ha
generado ventajas. En realidad, entre la bioquímica, la
medicina, la fisiología y la genética, por un lado,
y la psicología, la lingüística, la
antropología y la sociología, por el otro, no hay
un conflicto legítimo. El hombre lo inventó por
comodidad. Para simplificarse el trabajo. La complementariedad
interdisciplinaria y la integración de perspectivas, en
efecto, muy diferentes, constituye una labor titánica.
Tanto más compleja como se siga postergando el esfuerzo de
su realización. Eso es lo que ha provocado que
continúen como inexplorados e inexplicables, una gran
cantidad de fenómenos humanos y diferentes formas de
conducta inteligente. La inteligencia
emocional-sensorio-perceptual y motriz, que empieza a
desarrollarse desde el momento mismo del nacimiento, encuentra
resonancia y sustento a través de la teoría del
vínculo con la inteligencia
emocional-intuitivo-intelectual de la madre. Es lógico
pensar que ocurre en la dinámica del, y gracias a la,
relación temprana de objeto. Es decir, no se desarrolla en
el vacío.

La inteligencia específicamente
humana, y por cierto no sólo la intelectual, inicia en
germen, desde la gestación y se transmite
genéticamente. Al nacer, en efecto, hace falta
desarrollarla, y, un exceso de cautela para no "molestar" a
freudianos dogmáticos y a experimentalistas
recalcitrantes, para no conflictuarse con la metodología
validada por la ideología pertinente al sistema dominante,
nos ha extraviado.

Los recientes, y ya mencionados,
descubrimientos acerca de la capacidad de replicar mentalmente
los gestos y movimientos que el neonato percibe durante los
breves espacios de tiempo en que se encuentra en estado de
vigilia, (Hess & Blairy, 2001), otorgan soporte
también a la propuesta que hizo Bion en "Una teoría
del pensamiento" (1965), respecto de la "función alfa"
estimulada por el "revêrie" o capacidad de
ensoñación materna (inteligencia intuitiva que
permite a la madre funcionar como un Yo auxiliar y a la vez como
un objeto de posible identificación, tanto desde la
representación como desde la función), por
vía de la cual el neonato procesa información
afectiva y sensorial captada por el órgano de la
"percepción-consciencia" y la traduce en "elementos alfa"
que son la materia prima para poder soñar y
ensoñar, pero cuya "producción" y finalidad
más importante es organizar e integrar el "Aparato para
pensar los pensamientos". Y éste es fundamental para poder
"utilizar" contenidos de información que han sido
peyorativamente denominadas "preconcepciones innatas", pero que,
en realidad, son coherentes con la propuesta freudiana de los
"registros neuronales", así como con pensamientos
originarios que dan sustento, porque se asocian con las acciones,
a los registros en las memorias "episódica" y
"procedimental" (Ruiz Vargas, 1994-1996) que se observan en
íntima relación con la tendencia a la vida:
"gratificación alucinatoria" freudiana. Es decir, al
servicio del desarrollo y la supervivencia. O sea, desde las
formas nacientes de registros vegetativos y
pensamientos-representaciones, coherentes con el "Proceso
primario" freudiano (Freud, 1895), están presentes desde
el origen, independientemente de que algunos de ellos puedan ser
o llegar a ser "pensados" en principio, o de que se conserven
siempre inconscientes. Eso es lo que pasa en los estados
psicóticos. En ellos se observa que actuar y "pensar", son
una y la misma cosa. Su "función alfa" está
alterada, degradada o no existe. No hay producción de
"elementos alfa" propiamente tales, sino "partículas beta"
que son "la cosa en sí misma" (eh ahí el riesgo que
Nietzsche no estaba obligado a contemplar) Son contenidos no
simbolizados que pueden estar representados en diferentes grados:
"representaciones de modelo único": sensaciones y/ o
figurabilizaciones de objetos parciales y entonces como
"representaciones de modelos múltiples", (Perner, 1988),
como objetos, todavía, parciales pero ya integrados:
"divalentes (Pichón Riviere, 1980) Para Bion, las
"partículas beta" son formas primitivas de
representación que no se pueden integrar: "objetos
bizarros". No son apropiados para pensar, sólo pueden
utilizarse en "evacuaciones" mediante identificaciones
proyectivas para indiferenciarse con el objeto y lograr cierto
apaciguamiento o destructivos en cuanto que concretos, por lo
cual esas formas de identificación proyectiva resultan
patológicas, al menos, elementales.

Pero, asimismo, la "función alfa",
los "elementos alfa" y el "Aparato para pensar los pensamientos",
hacen posible la capacidad para soñar, estar consciente o
inconsciente (Bion, 1962-1965), como si se pudiera llegar a
"saber", para "decidir" si es necesario que determinados
contenidos se preserven de una u otra forma. Y, en ese sentido,
se puede pensar, todo el proceso como dando lugar a un "sistema"
cuya actividad es necesaria y preliminar, cuando aparece la
palabra, para la función de la prueba de realidad. Cuando,
como dice Freud en el Manuscrito K, Carta 52, que la
"Prc (preconciencia) es la tercera retrascripción
[reordenamiento], ligada a [las] representaciones-palabra,
correpondiente a nuestro yo oficial. Desde esta Prc, las
investiduras devienen concientes de acuerdo con ciertas reglas…
esta conciencia-pensar secundaria es de efecto posterior
{nachträglich} en el orden del tiempo,
probablemente anudada a la reanimación alucinatoria de
representaciones-palabra,…" (Freud, 1896b)

Procesamiento inteligente y acciones
concomitantes, se realimentan y autogeneran dando lugar a nuevas
y más complejas estructuras. Y estas son requisito para el
desarrollo de nuevas capacidades que se traducirán en
conducta propositiva, intencional, y con dirección. Las
conductas gradualmente se centran en la realidad exterior; es
decir, median entre la hegemonía del "Principio del
placer" y el establecimiento del "Principio de realidad" (Freud,
1895-1911-1920), con las lógicas consecuencias tanto para
el niño, como para la madre y el medio circundante que
estimula algunas e inhibe otras. Todos estos desarrollos y sus
consecuencias, por contingentes con la reacción de
atención, respuesta afectiva y de cuidado de la madre,
conducirán al niño, poco a poco, por los senderos
del entorno familiar. Lo llevarán a incursionar dentro del
ámbito interpersonal triádico, el medio social
inmediato y mediato, y, quizás, simultáneamente en
diferente nivel representacional, en el de los intereses y los
valores. El niño primero asumirá como propios los
intereses y valores de su madre, mimetizado con la cual
–según la hipótesis de la información
genética que se refiere a la representación de la
"pareja conjugada" (Klein, 1925-1927)- se encuentra la
representación del padre. Los irá ampliando y
ajustando de acuerdo con lo que percibe y las consecuencias de su
forma de actuar, hasta conformar los suyos propios. Por lo
demás… crecer siempre duele.

Viñeta B.
Recientemente (septiembre del 2003), una paciente, "M", de 58
años, enfermera de profesión y madre soltera, viene
a consulta porque, viviendo con una hermana mayor (62
años) y otra menor (56 años), se queja de vivir en
una intensa y dolorosa dinámica de "violencia familiar".
Sus hermanas, solteras y sin hijos, parecen no poder procesar la
"envidia", a decir de la paciente, porque ella si tiene un hijo
el cual procreó con un industrial alemán. Nunca se
casó, a pesar de que él así lo deseaba, pero
dudó mucho para divorciarse. Su hijo, médico de
profesión, es brillante; ganador de premios por diferentes
investigaciones. Parece ser que el nódulo de su
sufrimiento, es que su hijo se casó hace escasamente un
año (2002) "M" no ha podido elaborar el duelo de su
"partida" y la violencia con sus hermanas se ha incrementado
porque nunca han sido amigas y ahora que su hijo se fue, se
siente, y está, terriblemente sola. Por ahí de la
quinta sesión lloró amargamente porque una amiga de
ella le dijo que la esposa de su hijo "le pinta el cuerno".
Analizamos lo que de realístico podría tener una
acusación como esa, con la intención de conducirla
hacia la interpretación de que cualquier cosa que pudiera
significar la posibilidad, por lo demás, fantaseada de
recuperarlo, encontraría acogimiento en ella.

La siguiente sesión llegó
"deshecha" y lloró amargamente porque su hijo la
había acompañado a una misa y se les hizo un poco
tarde. Él tenía que ir a recoger a su esposa al
hospital donde trabaja, pues también es médica y su
trabajo está retirado del lugar donde andaban. Su hijo le
llamó y le pidió que lo esperara, que ya estaba en
camino para allá. Su esposa le contestó que estaba
muy cansada y que mejor se veían en la casa, que un amigo
la llevaría. Inconscientemente, "M" vio aquí la
oportunidad para "meter ruido" en la pareja. Y le dijo a su hijo
que no toda la gente tenía sus mismos nobles sentimientos
y que no debería de ser tan ingenuo. Su hijo,
evidentemente, se molestó y la increpó:
"Mamá ¿me estás diciendo que "P" me pone el
cuerno"? y agregó que lo que iba a provocar era que
él se alejara de ella, su madre. "M" no halló en
ese momento como tranquilizar a su hijo y se quedó
sintiéndose muy culpable, muy angustiada y deprimida. Me
cuenta todo esto sintiéndose muy mal, llorando y
visiblemente angustiada. Y concluye diciendo que: "No cabe duda
que me está pasando como dice el dicho: "Tanto
quería el diablo a su hijo, que terminó
sacándole los ojos". A partir de ahí pudimos
intensificar el trabajo sobre sus celos, su soledad, su tristeza
y la "necesidad" obsesiva, de controlarlo todo, incluso
omnipotentemente. En el refrán que ella misma
utilizó, se denuncia precisamente lo enloquecedor y
destructivo que pueden llegar a ser los celos, sin dejar de
incluir en ellos que pueden alcanzar un matiz maligno,
diabólico.

Crecimiento:
elaboración de duelos

"Las palabras se las lleva el
viento

y a las personas, el tiempo"

Refrán popular.

La vida es una constante sucesión de
vivencias que plantean y demandan la posibilidad de crecer
siempre y a cualquier edad: acciones, reacciones y sus
consecuencias, quedan registradas en forma de representaciones,
como en una suerte de breves guiones o "corto metrajes", a cada
uno de los cuales se asocian las emociones correspondientes,
lógicas o no, con la posibilidad de la continuidad. En el
mejor de los casos, para llevar dichas vivencias
-representaciones internas- hasta la condición de
simbolizaciones.

Las vivencias siempre son matizadas por el
temperamento que cada quién heredó y trae como
equipamiento genético, pero dentro de las posibles
variabilidades que permite la filogenia y las que induce la
ontogenia. Ambas influencias son la base de lo que la experiencia
cultural moldeará y modelará para que se conforme
una personalidad, tal y como podemos observarla en la edad
adulta.

Es decir, las combinaciones de
información dan lugar a "sistemas únicos" cuyos
contenidos se organizan en creciente grado de complejidad y de la
manera que caracteriza a lo humano. Simultáneamente se
sistematizan y registran en diferentes formas de memoria,
construyendo así un espacio intrasubjetivo. Con lo
cultural de "fondo" y lo relacional particular con los recursos y
"asegunes" de lo "intrasubjetivo" como "figura", se construye lo
que actualmente se maneja como el "espacio intersubjetivo"
(Zirlinger, 1996)

Construcciones cada vez más
complejas se encargan de hacer posible la recuperación de
equilibrios, también cada vez más móviles
(Piaget, 1964) Las momentáneas alteraciones e
inhibiciones, por inundación emocional, reflejan los
avances y retrocesos típicos del desarrollo
psicológico. Dinámicas de estabilizaciones y, por
el simple paso del tiempo, luego, otra vez la
desestabilización, renuevan el impulso a la actividad. Y
el ciclo se repite mientras dura la vida, para bien: logros,
cambios, pérdidas, elaboraciones, aceptaciones y renuncias
necesarias. Para mal, aferramientos y desestabilización.
Éxitos y fracasos, con sus respectivos y lógicos
matices afectivo-emocionales: gratificaciones y entonces
alegrías; logros y entonces satisfacciones;
apasionamientos y entonces obsesiones; pérdidas y entonces
tristezas, temores e inseguridad; fracasos y entonces
vergüenza, desazón, frustración y agresividad;
idealización de lo "bueno", lo que yo no soy, lo que yo no
tengo y entonces envidia y deseos de venganza o
"motivación de logro"; decepciones y entonces
resentimiento; rechazo y abandono y entonces odio. Pero contra lo
que pudiera parecer, el problema mayor sería no poder
sentir. Porque es imposible en realidad conservar la salud sin
tener emociones. Si no se puede sentir las emociones, algo que
anda mal orilló incluso a la "decisión"
inconsciente de no sentir conscientemente. El sujeto requiere
"echar mano" de la disociación, la somatización,
aislamiento afectivo, represión y negación. Es
decir, enferma. Por ejemplo, el último es un mecanismo
psicótico, y ya sea que lo que se niegue sea la realidad
interna o la realidad externa, es cuestión de tiempo para
que ocurra una generalización, un rompimiento con la
realidad.

Dentro del ámbito intermedio
neurótico, hoy día con relativa facilidad
escuchamos, sobre todo en niños y jóvenes, que se
quejan de aburrimiento. Forma particular de sentimiento, cuya
sensación puede llegar a ser bastante desagradable. Tal
vez por eso impulsa a la acción instintiva y estimula a la
búsqueda de "emociones fuertes", provocando
víctimas propiciatorias: "La ociosidad es la madre de
todos los vicios", pues los niños descubren pronto, somato
psíquicamente, que el incremento de la
concentración de adrenalina en el torrente
sanguíneo, es incompatible con la sensación de
aburrimiento. La adrenalina produce una sensación de
emoción intensa por algo que podríamos llamar
híperconsciencia y que automáticamente, hace que el
aburrimiento desaparezca. Es un antídoto, no importa tanto
que sea a través del miedo, "sentir" es garantía de
"estar vivo". Y aunque el aburrimiento también se
"siente", es decir no es una forma de no sentir, su registro
emocional es displacentero mientras que el del miedo es
emocionante. Por otro lado, el aburrimiento se asocia con un
estado de inquietud que induce una forma de actividad azarosa;
impulsa a la acción sin una representación
más o menos clara respecto del tipo de objetivos que
podrían ayudar a recuperar el equilibrio perdido, y del
cual la persona se percata justamente por la sensación de
aburrimiento y de inquietud concomitante. Quizás de
ahí el hecho de que los "deportes extremos", tengan el
auge que actualmente han alcanzado.

Pero en el adulto, es probable que una
proclividad al tedio aunada a cierta desvaloración del
aspecto tierno de la experiencia afectiva, una especie de
dilución de su sentido, haya matizado las relaciones
amorosas con una tendencia a lo efímero y utilitarista.
Principalmente desde su acepción cualitativa.

Una forma de relacionamiento de este tipo,
disociando la ternura del erotismo, se observa según una
dinámica de no compromiso; en detrimento lógico, de
la perspectiva humana de la salud emocional y la
preservación de las relaciones familiares. La familia es
una institución, y, parafraseando a Bion (1962), es
heredera de la función "continente" materna, en su origen,
de los "contenidos" (significantes para Lacan) que trae el
niño y que requieren de las relaciones afectivas, para
organizarse, y desarrollarse para alcanzar los "sentidos" y
"significados" que hacen posible la capacidad simbólica y
los procesos de desarrollo social, cultural y moral, piedra
angular de la civilización.

La pobreza de "significados", es la materia
prima principal de la pérdida del sentido de la vida.
Después, la muerte puede ser fantaseada como algo que
pudiera resultar una alternativa y no el fin natural de un ciclo.
Tal vez por eso es que algunos niños de finales del siglo
XX y principios del XXI, nos han impactado por su ingreso en las
estadísticas de las agresiones homicidas y los
suicidios.

Pero, veamos una secuencia tentativa y no
exhaustiva, de la gran acumulación de pérdidas que
las personas tenemos que elaborar durante la vida. Los novios
"pierden" autonomía e independencia al enamorarse, logros
que por lo demás, en el mejor de los casos, acababan de
conquistar. Si se consolidan las relaciones, ambos "pierden" a
sus familias de origen, al optar por casarse o vivir juntos. El
proceso implica "perder" la condición de hijos de familia
y de solteros. Los esposos "perdemos" a la pareja, y por
períodos prolongados, cada vez, y prácticamente
desde que, las esposas se embarazan.

Neonato y madre pierden la simbiosis
fisiológica tras la experiencia del nacimiento. Algunas
madres que no pueden "digerir" la experiencia desarrollan
trastornos del tipo "depresiones posparto". Muchas otras,
preocupadas por la incertidumbre de sus realidades íntra e
intersubjetivas, se ven mermadas en los recursos con que cuentan
de manera natural, para atenuar lo traumático que pudiera
resultarles las "pérdidas" a sus bebés y el cambio
de condiciones evidentes al nacer. Trastocadas por la necesidad
de elaborar, a su vez, sus propias pérdidas,
involuntariamente fallan en el esfuerzo de hacerles sentir a sus
pequeños recién nacidos, el lado agradable como
para poder darles una prometedora bienvenida a la vida.
Después de todo, los traían dentro, producto y
madre eran uno y sólo uno. Para ellas también
constituye una separación.

Cuando aparecen los dientes en el
bebé la necesidad de poner en práctica su
función, provoca el destete en aras de un incomprensible,
en ese momento, "poder hincar el diente" a una forma nueva de
incursión en la realidad de lo comestible.

Un nuevo embarazo, puede ser una
sustitución que le "ahorre" a la madre la
elaboración del duelo por la separación, y, al
niño le puede significar la pérdida de la
condición de exclusividad cuando, a lo mejor ni siquiera
ha terminado de procesar el destete. Para él, es esta una
nueva "pérdida" que conlleva la dificultad en un alto
grado de probabilidad, de todavía no contar con los
elementos que le pudieran permitir pensar en las bondades del
amor fraternal, la compañía y el intercambio
afectivo familiar. Y, paradójicamente, en lo más
profundo de lo inconsciente por su cercanía con lo
genético, le "significa" no haber destruido el interior de
la madre con sus fantasmáticos ataques sádicos y
envidiosos.

El entrenamiento esfinteriano, a su vez, le
demanda la renuncia del placer de la descarga sin control,
inmediata y liberadora de una presión interna,
somática. De manera que la asunción de reglas,
responsabilidad cultural, y las fallas en el intento de la madre
para que el proceso sea en forma de "negociación", y,
entonces, menos impuesta, más o menos acordada.

Las vicisitudes normales de los procesos
siempre acarrean consecuencias. Otra vez el niño es tomado
por sorpresa, con escasos recursos como para comprender las
ventajas de renunciar a un placer instintivo y la conveniencia
del ejercicio del autocontrol. La idea de la sensación de
satisfacción todavía está íntimamente
ligada a las funciones fisiológico-corporales y se va a
requerir tiempo para captar, desde lo intelectual, la
satisfacción más o menos "abstracta" del
autodominio; no así, quizás, desde la esfera
narcisista y los "sentimientos del self" (Bleichmar, 2001; Slade,
2000; Chodorow, 1999; Fonagy, 1999) El control esfinteriano
puede, en efecto, inducir una sensación de orgullo, y no
siempre sin montantes de agresión (Lichtenberg &
Shapard, 2000) que escapan momentáneamente a la
función de organización.

La terminación de la primera
infancia le va significar, tanto a la madre como al
pequeño, un irremisible incremento de tareas, algunas,
apasionantes pero con la no muy agradable condición de
"obligación". La asunción creciente y gradual de
responsabilidades, la adopción de reglas y normas, ahora
fundamentalmente extra-familiares. Nuevas condiciones para el
intercambio con extraños, muchos de los cuales parecen
sufrir la vida, lo cual se nota y se padece según sus
formas de ser. En general, todo esto le significa al niño,
por un lado una primera "pérdida" del placer de la
irresponsabilidad y, por el otro, la pérdida de una
condición de privilegio de la que gozaba dentro de la
dinámica familiar.

Pero además, este período
frecuentemente coincide con el muy cercano, a veces posterior, a
veces precedente, o incluso simultáneo dada la
ideología y la realidad económica que demanda a la
mujer en la actividad productiva remunerada cuando sus hijos
aún son bebés, con la etapa que conlleva la
contradicción del incremento en los significados y la
intensidad de las relaciones con alguien a quien el niño
ama y admira, pero que, en momentos, siente como un rival pues
compite con él respecto de la disminuida atención
de la madre: su propio padre.

En la adolescencia, para empezar, se
"pierde" la niñez y a los padres de la infancia. Se
refrenda la necesidad de renunciar a la irresponsabilidad
infantil. Los padres también acusamos recibo de los
cambios y la "pérdida" de nuestros niñitos. Y es
que ya casi de nuestra misma altura y cuestionándolo todo,
es imposible no caer en la cuenta. Para el adolescente, todo se
vuelve a acelerar y a complicar. Una sensación de
confusión se asocia a la ya conocida de pérdidas y
renuncias sucesivas. Un "dejar de ser" corporal, hormonal e
ideacional, alteran lo emocional y afectivo. Todo lo cual provoca
confusión, principalmente por la pérdida de la
identidad infantil. Lo que él siente que, hasta entonces,
venía siendo. Confusión y tristeza, miedo,
sentimientos de imperfección respecto a sí mismo,
su cuerpo y su forma de pensar. En otros momentos, sentimientos
de auto exaltación, alegría desbordante,
impresiones de que todo es fácil y factible, sensaciones
de omnipotencia y omnisapiencia; también se teme, al mismo
tiempo que se siente fascinación, por el sexo
opuesto.

Se pasa de un brinco, de fantasías
de ser poseedor de una belleza extraterrena, como con la
intención de atenuar el impacto por la asimetría
del cuerpo que es característica, afortunadamente
pasajera, del desarrollo y el crecimiento físico; a
sensaciones de fealdad monstruosa. En momentos, el siente la
necesidad obsesiva de saber, averiguar, y se pregunta
recurrentemente, en su interior, "¿en qué o en
quién demonios me estoy convirtiendo?" En el varón
hasta los cambios de voz parecen burlarse de él
poniéndolo en ridículo y haciéndole pasar
corajes y vergüenzas. Y, bueno, "no hay mal que dure cien
años…" Tendrá que salir tarde o temprano de la
"crisis de las adolescencia", y, en el mejor de los casos, no muy
lastimado en el amor propio. Y aunque esas no son todas las
pérdidas, también hay importantes equilibramientos
sistemáticos y adaptaciones dinámicas. La
consolidación de la capacidad de abstracción
permite ver la vida desde otros ángulos. Aunque las nuevas
adquisiciones sean, cada vez más intangibles y abstractas,
algunas incluso simbólicas, la mayoría
condicionadas al esfuerzo y el trabajo, físico y mental.
Las motivaciones, intereses y valores también se ajustan a
expectativas más abstractas y trascendentes: promesas y
cosas por venir dentro del ámbito de lo social,
afectivo-relacional, vocacional y profesional.

Un día los adolescentes, un poco
antes, un poco después, se enamoran con intenciones serias
y se empiezan a perfilar, en la línea de volver a empezar
el ciclo. Y los padres vemos venir la siguiente pérdida.
Pero ahora, de manera muy parecida a la de la adolescencia,
también "en paquete": los hijos empiezan a separarse ya no
sólo en lo relacional y emocional, sino también en
lo geográfico; lo concreto y tangible y nosotros entramos
en la "crisis de madurez". En esta etapa, eclosionan todas las
equivocaciones y los temores, tanto los reprimidos, como los
reactivados por regresión. Incluso, en ocasiones, a
posibles formas de economía de las escisiones. La
pérdida principal, la que se refiere a la juventud,
podrá infiltrar la capacidad de renuncia y desviarla por
los senderos de los aferramientos al pasado y a las posesiones
materiales.

Parafraseando a Arminda Aberastury y a
Mauricio Knobel en "La adolescencia normal" (1970) la vida, el
vivir, se construye sobre cimientos de la "elaboración de
duelos". La "crisis de la madurez" está caracterizada por
una sucesión de pérdidas que demandan sendas
renuncias sistemáticas. Una estructura sana o enferma, en
realidad, se fue construyendo en el camino. Ahora, la necesidad
es de desarrollar y refrendar de manera constante y creciente, la
capacidad –con el riesgo natural de que sea incapacidad-
para aspirar a nuevas metas y objetivos totalmente diferentes,
que ya no pasan por el ámbito de lo material, sino que se
acercan a ideales y expectativas existencial-espirituales. Y
porque el riesgo de extraviarnos siempre está presente, al
último, la preocupación tiene que ver con la
necesidad de ponderar respecto de las perspectivas a futuro, en
concordancia con lo que les estamos heredando a las nuevas
generaciones en cuestión de economía y
política, condiciones sociales y ecológicas; y,
quizás lo más delicado, las estructuras morales
producto de los "modelos" que fuimos para ellos y que se
imprimió en el "apartado de los valores" de sus sistemas
representacionales.

Lo no
simbolizado, su relación con la regresión
psicosomática coherente con formas de
representación no verbal de
naturaleza
psicótica

Seguramente que la mayoría, al
menos, hemos escuchado la expresión: "Ya no siento lo
duro, sino lo tupido". Este dicho popular informa que alguien,
quien lo expresa, ha venido pasando por continuas –"Una
tras otra"- situaciones sufrientes, más o menos e
involuntariamente o de manera pasiva. El enemigo a vencer es, de
entrada, el desánimo. En el momento en que la persona se
abandone a su suerte o a las circunstancias y renuncie a la
actividad, entonces todo está perdido. Puede ser que al
ponerle palabras a las emociones en que se traducen tales
sensaciones, se permita llorar y, después, se sienta menos
mal. Y es que la dupla: percatarse-verbalizar, (pensar lo que se
está sintiendo -representarlo-simbolizarlo y socializarlo
u objetivarlo, a través de la palabra), integra la
experiencia desde la función de síntesis del Yo, a
través del sentir, pensar y verbalizar. Por medio de
funciones corporales y mentales.
Sensación-percepción, emoción,
organización de la información, intelecto y
conducta, a través de los procesos de integración y
síntesis, alcanzan un estatus de actividad planeada y
propositiva. Y eso, aunque apenas es un primer paso, en un
sentido "metabolizante", hace posible una "descarga", más
o menos importante de energías. Las cuales, por las
funciones del Yo con miramiento por la realidad, tienen la
tendencia particular de acumularse cuando no encuentran
vía de drenaje factible. De ser así presentan una
cualidad de carácter sumativo, en tanto que a lo mejor, no
se han podido tramitar, ni se ha alcanzado a procesarlas por
desplazamiento. La "integración" de la experiencia, induce
reconocer y, poco a poco, comprender y asumir, y al menos,
generar ideas respecto de lo que se "puede" o no,
hacer.

En ese sentido, esa secuencia representa un
primer paso para el procesamiento de la experiencia y potencia el
pasaje a la acción. No quiere decir que
"percatarse-verbalizar" y "reconocer-asumir" no sean actividad.
Lo son, y son actividad mental bien importante. Sin ella,
simplemente no avanza el proceso hacia un ámbito creativo,
de posibles soluciones ante el conflicto: acciones motrices,
transformadoras tanto de lo interno, como de lo externo
circundante; actividad "inteligente" con objetivos y no solamente
como descarga. Es decir, como se dijo antes: actividad
propositiva, con un fin útil, pensado, deseable,
conveniente, que aluda a satisfacciones instrumentables y que den
lugar a realizaciones; al menos, potenciales, cosas por hacer,
con un plan y un orden.

Piaget (1964), observa que en el contexto
de las acciones, organizamos la experiencia "refleja" y/ ó
azarosa del principio de la vida. La experimentación o
acción repetitiva producto de las "reacciones circulares"
que transforma gradualmente, tanto al sujeto como a la realidad
exterior, conduce a la construcción de las crecientemente
cada vez más complejas "estructuras del conocimiento",
según la constante dinámica entre "asimilaciones" y
"acomodaciones" que cristalizan en mejores formas de
adaptación, intrapsíquica e
ínterpsíquica y biosocial. Donde no hay
acción y movimiento, tampoco hay desarrollo ni
evolución. San Juan decía lo mismo hace dos
milenios: "En el principio fue el verbo". Y esto significa algo
más bonito y también más sano. Porque la
acción, la actividad, en tal caso, vital, constructiva y
respetuosa de los derechos de los demás, significa emular
a Dios.

Para quienes tengan conflicto con lo
espiritual, simplemente ignoren esto. Para quienes puedan
permitirse pensar que el Superyó es la estructura mental
personal e individual que representa el nivel más alto de
evolución y civilización, (en tanto que lo moral
alude a lo perfectible y deseable, además de necesario),
no habrá dificultad, incluso, para pensar que la
"calidad", cohesividad, salud e integración que poseamos
de esa estructura reflejará, asimismo, la calidad
intrapsíquica, de lo que se ha podido consolidar como
personalidad. Como sistema. Ontogenética y
filogenéticamente hablando. Los vericuetos
ínterpsíquicos, interpersonales e interraciales;
algo que, en esencia, es bastante más complicado, la
humanidad lo ha ido construyendo a lo largo de milenios, como
especie.

Cuando aún podemos verbalizar que
"no sentimos lo duro, sino lo tupido", significa que se sigue
luchando por sobrevivir o por no sucumbir. En ese nivel, poder
hablarlo, resulta terapéutico en sí mismo. De
alguna manera, previene que no se nos "anuden" y acumulen los
conflictos, y con ellos, las emociones.

Desde otra perspectiva, la
psicoanalítica, significa simbolizar en su aspecto
potencialmente traumático, una o más experiencias,
mismas que de no poder hacerlo, constituirían
representaciones de eventos o vivencias con su componente
emocional totalmente consciente: hipercatexiadas (Fenichel,
1957); "representaciones hiperintensas" (Freud, 1895), cuyos
afectos no se pueden suprimir, ni sus imágenes reprimir,
de tal manera que sin poder ser comprendidas ni evitadas,
pululan, "no ligadas", en la consciencia, al margen de la
voluntad, la represión y cualquier control dentro de la
economía del funcionamiento del juicio crítico.
Cuando el Yo, puede, de algún modo, "ligar" las
representaciones con sus emociones, incluso parcialmente,
aparecen los síntomas: de naturaleza histérica
cuando lo que se inviste es la representación de la idea o
imagen y se las reprime, de manera que lo que queda sin
ligazón y en la consciencia, fuera de la economía
de la represión, es el afecto. Por eso las infiltraciones
de ideación e impulsos hacia la consciencia quedan regidas
por una economía de escisiones verticales (Kohut, 1971) y
no de las represiones. Así es como se puede explicar el
fenómeno de las personalidades dobles.

Por otro lado, los síntomas de
naturaleza obsesiva, surgen cuando, por el contrario, lo que el
Yo logra investir con libido, son las ideas y pensamientos
"aislando" las conexiones con las emociones y los afectos tiernos
respecto de los objetos, afanándose el sujeto, incluso, en
"suprimirlos". Esto es así, porque habiendo investido
predominantemente las ideas con libido, se "des-entreveró"
libido y agresión, y un importante montante de
energía agresiva queda libre y móvil, oscilante,
del inconsciente al preconsciente. Esto le significa al obsesivo
necesidad y preocupación por "controlar"
sistemáticamente su agresividad, y para tal finalidad
invierte una gran cantidad de energía psíquica,
pero cuenta con poca por sobre investir con libido el
pensamiento. Sus resultados son endebles por lo mismo. La idea o
imagen, inclusive el recurso: la función de pensar, y las
fallas que lo llevan a las compulsiones, en ocasiones, rituales,
consumen la mayor parte de libido. Es así como, dicha
función de pensar, se observa sobre-investida e
hipercatexiada en el obsesivo, en detrimento del poder realizar
acciones con la libertad y espontaneidad normales.

Pero cuando la experiencia resulta
avasalladora de cualquier estrategia o recurso del Yo, por
traumática, la continuidad en el sistema de
representaciones se altera y se degrada, pues el Yo, en realidad,
no consigue "ligar" del todo la energía de las
representaciones y, por ende, tampoco entreverarla con sus
emociones concomitantes. Significaría que, integrando con
las teorías que se derivan del trabajo de Perner, (1988),
no se pudiera avanzar hacia la capacidad para simbolizar. Tal
capacidad parece seguir una secuencia del siguiente tipo:
"representaciones de modelo único", "representaciones de
modelos múltiples", "metarrepresentaciones" y, entonces,
simbolización. Las ideas con los afectos, y, entonces, las
formas de representación que puede desarrollar la persona,
a partir de percepciones y emociones que no se pueden conservar
coherentes, hacen surgir formas de representación
primitivas, acaso primarias (Leslie, 1987) y por
regresión, crecientemente cada vez más alejadas de
la experiencia susceptible de ser pensada. Ciertas
imágenes, aquellas que hubieran resultado
traumáticas, asociadas a la emoción o afecto
lógicos, se reactivan y repiten una y otra vez en la
consciencia, provocando un efecto inundante y avasallador, cada
vez mayor. La persona presenta una angustia psicótica,
"ominosa" que le resulta muy amenazante, persecutoria, ante la
cual se siente impotente, pues no lo puede evitar.

En estados alterados de tal magnitud, la
capacidad de relajamiento se ve totalmente imposibilitada. Los
ciclos del sueño se alteran, en las imágenes
oníricas se repite el evento traumático, pues se
presenta en su forma original, sin ningún "disfraz" ("El
ominoso retorno de lo igual" –Freud, 1919b-; "La cosa en
sí misma" –Bion, 1959-1963-1966) la persona
despierta en estado de pánico y desarrolla temor a dormir.
Cuando acumula días en ese estado, por la falla del filtro
de la función representacional-simbólica (Romero,
2003), ó "trabajo del sueño", (Freud, 1900) el
agotamiento lo podrá hacer dormir pero no sueña y,
por ende, tampoco descansa. Si su sueño no es profundo, se
vuelven a repetir las vivencias traumáticas y termina
despertando. Tras inestables períodos de sueño a
"duerme-vela", sumamente angustiado, se acrecienta su dificultad
y se realimenta su temor a dormir.

Consecuencia: el agotamiento provocado por
el esfuerzo para no dormir y "conjurar" el encuentro y
re-encuentro con lo traumático, lo llevan a alcanzar
despierto, en estado de vigilia, los ritmos del funcionamiento
cerebral, propios del soñar durmiendo, provocándole
alucinaciones del evento traumático que se intentan evitar
no durmiendo. Es lógico que se incrementa la angustia
porque la persona piensa que está enloqueciendo y se
realimenta el proceso en una dinámica que se
auto-perpetúa: angustia, entonces problema para conciliar
el sueño; soñar durmiendo, entonces reviviscencia
del traumatismo en forma de repetición, tal como
ocurrió en la realidad. El individuo se ve inundado por la
angustia y ésta lo despierta, no puede "metabolizar" la
experiencia traumática; desarrolla miedo a dormir porque
"no puede fabricar una pesadilla" (Bion, 1963-1966) evento, que
no obstante, es un esfuerzo, quizás el último, por
salvaguardar la capacidad representacional. Su esfuerzo por no
dormir lo lleva a la alucinación; se angustia más
y, menos puede dormir, le da pánico. Un ejemplo de esto,
Freud lo encontró en las neurosis -quizá más
apropiado decir psicosis– de guerra. Pero, operando poco menos
dramáticamente, se les puede seguir la pista develando las
"fantasías inconscientes" de pacientes fundamentalmente
severos y/ ó psicosomáticos, según las
"ocurrencias" que les solicitamos, a propósito de sus
trastornos. Siempre pueden decirnos algo acerca de lo que han
pensado o imaginado, respecto de su padecimiento, el
órgano afectado o el propio interior corporal. Asimismo,
se puede investigar a través de contenidos que, con
relativa facilidad se convierten en "pesadillas" que fracasan
porque terminan despertándolos. Y es que en toda pesadilla
hay un componente traumático, ("núcleo actual",
según C. y S. Botella, 2001), que es justamente lo que
convierte al sueño en un "ominoso retorno de lo igual".
Sin embargo, la pesadilla tiene una función muy clara:
constituye una defensa contra la amenaza de la pérdida de
la capacidad representacional. Bion decía que se
alucinaba, precisamente porque no se podía "fabricar" una
pesadilla, (Bion, 1963-1966), la cual, es como un último
intento por no re-encontrarnos con "la cosa" en sí misma:
el evento traumático, sin ambages, tal cual.

Las propuestas kleinianas de "Objetos
parciales": "pecho" y "pene", las cuales podemos pensar como
"representaciones primarias" según Leslie, (1987) o de
"modelos único y múltiples" según Perner
(1988-1990) en sus acepciones "buenas" y "malas", ya
integradoras, ya persecutorias respectivamente, (Klein,
1927-1929-1935-1946-1952), parecen referirse a, y pretenden,
"figurabilizar" (Botella, C. y S. 2001), contenidos que, por
tempranos, carecen de una imagen comprensible. Son,
todavía muy cercanas a los "registros neuronales"
freudianos que son vegetativos. Para los Botella, reactivan y
acrecientan una especie de "hoyos en el continuo de las
representaciones", (Botella, C. y S., 2001) y constituyen, por lo
mismo, montantes de afecto o emoción "hiperintensa"
(Freud, 1895) que escapan al procesamiento yóico desde las
perspectivas de la función de integración y el
establecimiento de la economía de la
represión.

La oportunidad de trabajar de manera
prometedora en el tratamiento de pacientes con trastorno
psicosomático me ha permitido aplicar algunas ideas
parecidas a las expuestas por estos teóricos. Veamos un
ejemplo:

Viñeta C. Se trata
de "S", paciente femenina, adolescente de 17 años (1990);
presentaba una úlcera sangrante y sólo había
sido atendida médicamente por un especialista
gastroenterólogo. A mí me correspondió
llevar la intervención psicoterapéutica,
después de tres años de tratamiento médico
infructuoso. "S" y yo trabajamos detalladamente su forma de
vínculo con la madre: una adolescente, impulsiva e
inmadura, la cual se había "desembarazado" de las
obligaciones y responsabilidades del maternaje, dejando a su
pequeña hijita bajo el cuidado y atención de su
propia madre, abuela de "S", ante dificultades crecientes que la
llevaron a romper su relación con el padre de la paciente;
sin renunciar, no obstante, al ejercicio de cierta autoridad
caprichosa e irracional sobre la paciente desde que ella lo puede
recordar. Si discutía o tenía alguna diferencia con
su madre, la abuela de "S", se llevaba a la pequeña a su
propia casa y descargaba contra ella su coraje, desazón y
frustraciones; fundamentalmente, a través de actitudes de
rechazo y agresión, obligándola a realizar trabajos
de aseo y limpieza.

En esta dinámica, la paciente
creció con la escisión materializada: una "madre
buena": la abuela, tierna y empática, no obstante sufrida,
sumisa y victimizada por el abuelo, que tenía otra
familia; y una "madre mala": la madre biológica, "madre
niña", caprichosa y violenta. Que no pudo preservar su
relación con el padre de "S", e intenta nuevas relaciones
con muy pocos recursos para lograr consolidar ninguna, hasta que
la paciente, ya en tratamiento, está saliendo de la
adolescencia propiamente tal. En el trayecto, la abuela enferma
de cáncer cuando la paciente tenía 12 años
de edad.

Después de que la abuela muere, poco
menos de dos años después, va y viene de casa de la
madre, a casa de una tía o a casa de un tío, y, en
períodos, viviendo sola en su casa, la que era casa de la
abuela, que ésta le dejó en herencia.
Aproximadamente a dos años, a la edad de14, y poco
después de que la abuela muriera, le es diagnosticada la
úlcera, y empieza una serie de tratamientos
médicos.

A esta paciente, literalmente, "Le
había llovido en su milpita". Ante "curas" efímeras
y recurrentes recaídas, el gastroenterólogo por fin
recomendó psicoterapia. En su oportunidad, alrededor de la
sesión diez, le pedí que se permitiera fantasear su
propia úlcera. Me dijo: "Me la imagino como un mupet".
¿Cómo es eso, le dije? : "Si como uno de los
muñecos que salen con los mupets… como… algo…
simpático pero, son monstruos o animales". Recordé
que me había comentado que uno de sus programas favoritos
de televisión había sido Plaza Sésamo. A
mí siempre me había caído bien el personaje
de Lucas, un monstruito peludo que era un cascarrabias y
exigía que le dieran galletas. Las destrozaba vorazmente
y, obvio, era un muñeco, no tragaba nada, no tenía
por donde, y hacía un enorme tiradero de pedazos de
galleta. Entonces comenté eso de Lucas: su voracidad,
exigencia y demanda irracional y, asimismo, su incapacidad para
tragar, para "retener" nada. Sonreía mientras le contaba
esto y luego le pregunté que cómo sería su
interior, intestinos y estómago. Complementó la
fantasía diciendo: "En ocasiones me he imaginado mi
estómago con la úlcera como si fuera una caverna,
enorme y oscura, con grietas y por esas grietas se va todo lo que
entra… la comida y el agua…".

Para el enfoque kleiniano, evidentemente
que "Lucas" representaba, presimbólicamente, coherente con
la idea de Pichón Riviere, al objeto "divalente"
internalizado (Riviere, 1980) Es decir, la representación
del objeto recién se logra la capacidad de
integración en uno solo, aunque aún parcial, para
dar lugar al inicio de la "posición depresiva". Posterior
a la representacionalización que sucede a la
incorporación, dando lugar al introyecto, con el cual el
sujeto después podrá indiferenciarse en tanto que
representación del objeto real exterior, pues lo a
colocado "dentro suyo" a través de la dinámica de
identificaciones proyectivas e introyectivas, dinámica que
es característica de la precedente "posición
esquizoparanoide". Para esta paciente, concluimos entre los dos,
que el objeto figurabilizado como Lucas poseía una
acepción "buena" porque era "simpático" ("es un
muñequito de peluche"), pero también "mala" porque
"es un monstruito" demandante, voraz, exigente e incapaz de
retener nada, –no pasa desapercibido para mí, que
"Lucas" fue una "figurabilización" que yo propuse, no la
propone directamente "S", pero me basé en su
asociación de que su úlcera se la imaginaba como un
mupet. Utilizando mi propio fantasear pudimos "fabricar" un
"guión representacional", algo que "S" no podía o
no había intentado. Es decir, su objeto internalizado se
sitúa dentro de una dinámica ambivalente inicial.
Significará que la paciente, mal que bien, pudo superar la
parte más gruesa de la posición esquizoparanoide en
su momento y que, acaso, arrastraba aspectos menos integrados del
objeto, propios de la posición depresiva, los cuales
parecieran haberse reactivado ante la muerte de la abuela y las
tristes consecuencias que el evento atrajo: reencontrarse con una
madre anempática, soledad, no encontrar un hogar y/
ó una familia sustituta, ir y venir de una casa a otra,
etc.

Afortunadamente el abuelo-"padre" nunca
dejó de visitarla, (no era casado con la abuela y
tenía otra familia con la cual vivía desde que la
paciente lo recuerda), ni de apoyarla en sus necesidades
básicas y económicas, que eran más o menos
satisfechas, aunque con ciertas limitaciones. "Lucas", entonces,
le interpreté, representaba tres personajes en su
fantasía: a la madre mala (monstruito peludo, caprichoso y
demandante), a la abuela (muñeca de peluche,
simpática y tierna) y a ella misma (representación
de su propio self-úlcera, por lo demás,
también, voraz y pasivo-dependiente; incapaz de retener
nada, etc.), en sus identificaciones con la madre
biológica y con la abuela, con todos los matices
emocionales con que las había investido en su
representacionar. Por lo cual se sentía bastante
confundida. Albergaba fantasías oral-pasivo-receptivas y
dependientes.

El manejo pasivo del impulso agresivo, la
llevaba a retraerlo hacia sí misma, ante la pérdida
del objeto "continente" (Bion, 1962-1965) y como resultado de la
potenciación de aspectos regresivos a posición
esquizoparanoide, una representación "mala" de la abuela,
se tornó también en un objeto persecutorio pues su
final fue dramático: murió de cáncer en el
estómago.

Eso le significó a "S" un
traumatismo que ya no pudo procesar. Tales contenidos reflejaban,
necesariamente, cierto grado de degradación, por tristeza,
culpa y angustia (alteración en la capacidad para elaborar
el duelo), del tipo de representaciones que la paciente ya era
capaz de desarrollar: representaciones de objeto integrado
incluso objeto persona, preservando, como es lógico,
algunos aspectos de objeto parcial, de naturaleza ambivalente
propios del inicio de la posición depresiva. De ser
así, como defensa ante la fantasía de
debilitamiento de la representación del objeto "bueno",
incluso, dilución por la muerte de la abuela, objeto
"bueno", fortalecimiento y reactivación, entonces, del
objeto "malo" con la reedición de ansiedades persecutorias
propias de la posición esquizoparanoide, ante las cuales
la paciente encontró el recurso de la regresión
psicosomática. Pero, además, desde la realidad de
la muerte de la abuela, la posibilidad de acercarse a su propia
madre, parece haber devenido en un re-encuentro, en lo real
–"ominoso retorno de lo igual"- (Freud, 1914), con el
fantasmático objeto malo internalizado: la
representación, probablemente reprimida hasta entonces,
"archivada", del objeto materno "malo", a nivel de objeto
parcial, y por ende, entonces, dentro de la dinámica
esquizoparanoide, ámbito de las representaciones
primitivas, escindidas por excelencia, incluso, del tipo
pecho-madre en su acepción de "malos", equiparando comida
con veneno ó comida con ácido, según la
conceptualización de la "ecuación comida-madre"
(Freud, A. 1965-1971), en tanto que en su propia personalidad
preserva ciertos rasgos del carácter de su madre
biológica tal cual: impulsiva-agresiva (sólo que
ella manejaba la agresión contra su propio Self),
impredecible, anempática, incapaz de dar afecto, inmadura,
demandante e intolerante.

Desde esa perspectiva, mimetizada en su
propio interior, en su estómago: se reactivó la
representación de sí misma indiferenciada con la
abuela y la madre, forma primitiva de una representación
simbiótica self objetos en la "caverna con grietas", las
grietas representaban que eran provocadas por la acción de
"comida-ácido", que desde lo relacional le significaba el
tipo de intercambio afectivo que caracteriza la relación
con su madre biológica, como en una suerte de
"madre-comida-ácido" coherente con un "self-caverna con
grietas-estómago" ó, más aún, un
"self-madre-comida-ácido-intestino-caverna, con
grietas-abuela-cáncer"; en donde, indiferenciada la
paciente misma de sus objetos parciales, el intercambio con ellos
le significaba: la "comida" es "ácido", y el devenir,
traerá el cáncer a partir de la
úlcera.

La discusión de esta
"narrativa-construcción" nos llevó a pensar que
"las grietas-úlcera" jugaban también un papel
defensivo al servicio de no ser envenenada por la
"comida-veneno". Si no se retenía nada, estaría
fuera de peligro.

Entre bromas y "plática vincular"
trabajamos en este talante y terminología. La paciente
pudo, poco a poco, evolucionar. Logró ir pudiendo
prescindir del "recurso" psicosomático y fortaleció
así su "voluntad" para respetar la dieta prescrita por el
médico. Como si "fabricarse" la úlcera, hubiese
sido, en la fantasía inconsciente, una cuestión
paradójica de vida o muerte y un proceso de
identificación con el objeto perdido, la abuela-madre
"buena". Ante la imposibilidad de elaborar el duelo,
idealizó el objeto perdido. Luego, por reactivación
de modelos tempranos de relación y comunicación
según la dinámica de la identificación
introyectiva, se indiferenció con la abuela muerta y
"conjuró" la sensación de angustia persecutoria de
tipo hipocondríaco, a través de la regresión
psicosomática. Lo cual significó un "compromiso"
con la muerte y una fantasía-promesa de posible
re-encuentro.

Resalta la paradoja implícita, pues
una úlcera sangrante, mata a una persona en
cuestión de horas. Sin embargo, finalmente morir
también podía significar, en tanto que
re-encontrarse con la abuela, re-unirse con el objeto "bueno"
perdido, una especie de "suicidio" inconsciente, con un disfraz
fantasmático como de "acto pro-vida".

Viñeta D. Otro
paciente, "Z", con un trastorno severo, estaba desarrollando una
rigidez corporal terrible y una dificultad para poder comunicarse
libre y fluidamente, a partir de la angustia que le provocaban
reiterados fracasos en el intento de estudiar la carrera de
ingeniero civil. Sin embargo, el problema empezó desde
antes, cuando cursaba la preparatoria, solo que alcanzó su
mayor grado de gravedad cuando cursaba, simultáneamente,
materias de primero, segundo, tercero, cuarto, quinto y sexto
semestres de la carrera de ingeniería civil, cuando, en
realidad debía estar ya en octavo.

El problema empezó, en cuarto de
preparatoria, recuerda que estaba teniendo problemas de ansiedad
que le impedían conciliar el sueño y concentrarse
en sus estudios. Intentó acercarse a su padre, pero
éste, intolerante, lo agredió y rechazó
argumentándole que "cada quién debería de
ser capaz de solucionar sus propios problemas". Que si él
no podía sería porque "era un pendejo". Esto le
dolió tanto a "Z", que empieza a observar una
reacción corporal de rigidización creciente, de la
cual se entera cuando, en breve, empezó a ser objeto de
burlas por parte de sus compañeros de la prepa, quienes le
pusieron por apodo "el zombi", mismo que trascendió, de
manera que en la facultad, no se percató exactamente
cómo o cuándo fue, pero le decían
igual.

Fue el primogénito de una familia de
dos hombres y dos mujeres; su madre, maestra normalista con la
licenciatura en Psicología por la Normal Superior, hizo
carrera política sindical afiliada al partido, en ese
tiempo, todavía en el poder y siempre se hizo cargo de sus
hermanos y su madre viuda. "Z", por lo mismo la catalogaba:
"Candil de la calle oscuridad de su casa". Pues les delegaba al
paciente y a la abuela, la atención y responsabilidad de
sus tres hermanos menores, incluyendo las dos más
pequeñas desde que nacieron, la tercera cuando él
tenía 12 años y la última cuando contaba 15.
Su padre, campesino de origen oriundo de una población de
un Estado aledaño a la ciudad de México, motivado
por su esposa, terminó sus estudios de primaria, la cual
había truncado cuando sus padres murieron siendo apenas un
niño y habiendo quedado al cuidado de un tío que lo
ponía a trabajar y le impidió seguir estudiando.
Continuó con la secundaria y la carrera de maestro
normalista, la cual no terminó porque "compró un
título", acto que nunca pudo procesar desde su precario y
rígido Superyó.

Por lo demás, su padre siempre se
vio opacado por el crecimiento y habilidades de su madre y,
probablemente, por eso nunca corrió riesgos. Nunca
aceptó ningún tipo de promociones hacia puestos de
jerarquía dentro del magisterio. Por su parte, "Z" fue
responsabilizado del cuidado de, y sobre-exigido desde
niño, por, el desempeño y la atención
integral de sus hermanos, en lo académico. Esto le
provocó, muchas veces, ser reprendido ferozmente por ese
padre, seguramente enojado consigo mismo por sus propios temores
y mediocridad, al grado de haberlo corrido de la casa en varias
ocasiones.

"Z" busca ayuda terapéutica a la
edad de 26 años, por sí mismo, con consentimiento y
apoyo económico y moral de su madre, cuando el problema
para conciliar el sueño se torna grave y se conjuga con
una sensación de "sentir" una especie de división
"como un muro" en el interior de su cabeza que le impedía
la intercomunicación entre ambos hemisferios cerebrales,
además de fuertes cefaleas y, con ello, dificultad para
concentrarse. Pero, fundamentalmente, le preocupaba poder
expresarse cuando le preguntaban los maestros y no bloquearse en
los exámenes, pues se quedaba "en blanco", no podía
contestar: "sentía confusión".

Desde dos años antes, había
intentado tratamiento en dos ocasiones, pero en el primero, el
terapeuta se enfrascaba en discusiones con él y terminaba
regañándolo muy al estilo de su propio padre. El
segundo lo hacía sentir que lo que pasaba era que no
actuaba con propiedad y se daba a la tarea de decirle cómo
hacer las cosas y él se sintió que quería
dirigirle la vida: "no me escuchaba, ni profundizaba en lo que
pudieran ser las causas de mis sensaciones". Finalmente llega
conmigo. Me ubicó a través del directorio
telefónico y viene a verme porque "le quedaba
cerca".

Procedí a solicitarle una
valoración psiquiátrica y le anuncié que
seguramente, le prescribirían algún medicamento
para que pudiera dormir mejor. Comentó que le daba miedo y
que lo hacía sentir como si estuviera loco. Le dije que no
era mi intención, que me preocupaba que no pudiera dormir
bien. Eso lo tranquilizó.

Su tratamiento se centró en el
análisis de la relación de tipo simbiótico
con su madre y del resentimiento exacerbado, al nivel de odio,
respecto de la figura paterna. Juntos hicimos cuentas del tiempo
que llevaba acumulando fracasos en su intento de hacer la carrera
de ingeniería y lo costoso, emocionalmente hablando, de
esa realidad. Le pedí que averiguara cuánto tiempo
otorgaba la Universidad para terminar la carrera, al sospechar
que ya no alcanzaba a encuadrar dentro de esos límites. Y,
en efecto, así era. Le sugerí que descansara un
tiempo y que se avocara a trabajar y al análisis; empezaba
a desempeñarse como maestro de primaria, plaza que su
madre le había conseguido, y estaba teniendo muchas
dificultades, inclusive para llenar las formas, "sabanas", que no
podían llevar un solo error –se equivocaba
reiteradamente y tenía que re-empezar, múltiples
veces, constituyéndole una enorme pérdida de
tiempo- al inicio eran los programas de planeación de sus
clases y al final, eran las sabanas de calificaciones, lo cual
también le provocaba angustia, depresión y
realimentaban su confusión.

Dos años después,
analizó la probabilidad de regresar a la universidad
porque se sentía muy insatisfecho con la idea de "ser solo
un maestro como sus papás", comentario que hacía
con desprecio y coraje.

Se estaba sintiendo mejor, más
seguro, podía darse el "chance" de reconocer y hablar de
sus corajes. También estaba pudiendo dormir, más o
menos normalmente. Se le ocurrió que, a lo mejor,
podía estudiar psicología. Le interpreté que
estaba contento y agradecido conmigo y con la psicología
porque se estaba sintiendo mejor. Finalmente, se decidió e
hizo exámenes de admisión para la carrera de
arquitectura en el Politécnico y en la UAM. En ambas
escuelas fue aceptado. Optó por la UAM. Pasó con
relativa facilidad los tres primeros trimestres y, a partir del
cuarto, empezó a tener problemas.

Fundamentalmente, los maestros se quejan de
su diseño. Le dicen, hasta la fecha, que "es
rígido", "cuadrado" y "que diseña como ingeniero":
parte masculina de conflicto, paterna, de su personalidad,
seguramente matizada por la forma de "identificación con
el agresor" (Ferenczi, 1926-1931; Freud, A. 1936) De ahí
en adelante, reprueba en uno o dos intentos en cada trimestre,
específicamente, la materia principal del sistema modular:
la que se refiere al diseño. Paradójicamente, la
parte materna de su personalidad. A la altura del quinto
trimestre, desarrolló hipertensión arterial y el
médico le sugirió que debía guardar una
dieta específica, porque existe el riesgo, aunque no sea
inmediato, de una posible embolia.

"Z", aún no logra integrar
(posición esquizoparanoide) en su sistema de
representaciones, la representación del "objeto-paterno
malo" con la del "bueno", y, específicamente en lo que se
refiere a la representación de la figura del padre, por lo
que predomina en él una economía de la
escisión: la madre es el "objeto bueno" e idealizado,
entonces, en ocasiones, también envidiado. De tal manera,
que su crecimiento y progreso le significa, en cierta
línea, dañar al padre, porque fantasea, desde la
acepción de odio hacia él, que obtener un
título universitario, implicaría vengarse,
agredirlo. Como decirle: "mira tu pendejo [expresiones que el
padre le ha hecho a él], pinche maestrito… fraudulento
¿quién es más pendejo de los dos?". Pensarlo
le provoca culpa.

Como suele suceder, "En el pecado lleva la
penitencia" y se bloquea e inhibe en su creatividad
resultándole imposible el relajamiento lógico que
se requiere para poder ser creativo. En suma, se reactiva su
"saboteador interno" (Fairbairn, 1951): dupla resultante de la
segunda escisión sobre las representaciones del self
"malo" y el objeto "malo" (paterno y materno) unidos por una
doble ligadura de libido, la cual es reprimida y "enviada al
inconsciente". En función de esto, el neonato
deberá volver a escindir para atenuar una sensación
de maldad interior, dando lugar a una dupla "Menos peor" (por
decirlo de alguna manera) que Fairbairn llamó "Self
libidinal" y otra, la acepción "mala" propiamente tal, a
la que este autor denominó "Self antilibidinal" o
"Saboteador interno". Así, además de "purgar",
retraza la posibilidad de realizar su fantasía, porque
como es lógico, también ama a sus padres.
Anhelará que lo valoren. Conseguir su amor, reconocimiento
y aceptación, algún día.

Por otro lado, también arrastra
pendientes, por fijación en etapa simbiótica y
trastrocamiento lógico en los procesos de
separación-individuación, respecto al tipo de
vínculo que establecen su madre y él. Ella, aunque
ausente, y que no pudo ser optima en la "simbiosis normal",
(Mahler, 1968-1972), tiene las atenuantes de ser idealizable:
productiva y exitosa, (Kohut, (1977-1980), por lo demás,
ella solventa la parte más importante de la
economía de la familia, y con cierta holgura. Esto
confirma la falla en el rol paterno: no separa y, además
no es "idealizable.

Afortunadamente, ha podido avanzar aunque
con muchas dificultades en la posibilidad de relacionamiento con
la mujer. A la edad de 35 años logró por fin
establecer una relación con una de sus ex-alumnas de la
preparatoria. Es la primera relación real en su vida,
porque en tres ocasiones anteriores, ensoñó
relaciones, pero, de hecho, sólo eran fantasía. Se
podía poner celoso y hasta reclamarles, en su momento, a
cada una de esas chicas, provocando que se burlaran de
él.

Con su novia actual, la única en
realidad, parece evolucionar positivamente la relación. Y
hay que reconocer que fue ella la que se interesó por
relacionarse con él y lo anduvo, literalmente,
persiguiendo y, en el grupo terapéutico, todos presionando
e instigándolo, para que "se dejara alcanzar". "Z",
coquetea con la posibilidad de ahorrarse el esfuerzo y el dolor
lógicos del trabajo yóico de
representacionalización e integración, recurriendo
al recurso defensivo, pero delicado, de la regresión
psicosomática: hipertensión arterial con riesgo
potencial de embolia.

Si lo pensamos desde la "labor" del
instinto de muerte, le "ahorraría" muchos riesgos y penas
fantasmáticos: destruir a su padre, fusionarse con la
madre y enloquecer; llegar a comprometerse con su novia, la cual
como subrogado materno, es prohibida. Pero además, ella
"también piensa" y como representante del sexo femenino,
"es impredecible" y, al mismo tiempo, "abandonadora", en su
fantasía inconsciente. El "compromiso" con la enfermedad,
la locura y la muerte ("el zombi"), es historia vieja pero
vigente en él, desde la preparatoria.

El año que finalizó (2003),
completó ya nueve años en tratamiento, y por
cuestiones económicas, trabaja en grupo desde hace 4
años, a razón de una sesión por semana.
Eventualmente, se resiste cuando está pasando por alguna
situación crítica. Entonces falta, con relativa
facilidad, por períodos más o menos prolongados y
de manera intermitente. Porque cuando algo le cuesta trabajo de
analizar en grupo, "cantinflea", como si su capacidad para
simbolizar se degradara o la ansiedad lo bloqueara. El grupo
desespera y la toma contra él. Sin embargo, solicita
alguna sesión en individual, y después termina
enfrentando la cuestión en trabajo grupal.

En la UAM, acaba de acumular sus ya
típicos dos intentos reprobados del 8º trimestre,
según la mecánica hasta hoy todavía
observada, en el próximo intento lo pasará
seguramente, de manera que sólo le faltarían 4
trimestres más para terminar la carrera.

En las dos viñetas anteriores
aludimos al problema del recurso de la regresión
psicosomática, como una defensa contra la angustia que
provoca la incapacidad y la limitación o la
conjugación de incapacidad y limitación por
bloqueo, confusión y reactivación de experiencias
tempranas traumáticas y que incide en la posibilidad para
continuar el proceso de representación, hasta llevarlo al
nivel de simbolización.

La causa probable es la exacerbación
del odio y/ ó un empobrecimiento en el desarrollo de la
capacidad representacional. Tal vez por debilidad yoica, la cual
se acrecienta por reactivación de la escisión,
condicionando la cohesividad y consolidación de las
estructuras que suponen las posiciones esquizoparanoide y
depresiva, estructuras que, en estos dos pacientes, habían
dejado aspectos de fijación por no integrados y que
impidieron la culminación de su estructuración, lo
cual los hace proclives a la regresión en un grado
superior al del término medio.

En el primer caso, "S", se observa una
reacción defensiva directamente en la línea
psicosomática en una estructura neurótica; en el
segundo también se observa una reacción defensiva a
través de regresión psicosomática, pero como
una posibilidad estratégica de defensa contra la angustia
de naturaleza psicótica, pues se trata de una estructura
de ese tipo.

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